El Innombrable, de Samuel Becket

No hay nada más desolador que un hombre angustiado que pasa sus horas calumniando su propio pasado, al que atormentan recuerdos dolorosos y que experimenta, con lágrimas y sangre, la decadencia irremediable de la humanidad. Porque lo menos que puede hacer (para sobrellevar su dolor) es gemir amargamente durante toda una eternidad, como si en verdad la vida fuera sólo eso: un interminable martirio, el infierno de los desheredados, un lamento prolongado que durará para siempre.

Sin embargo, en el mundo de la literatura existen autores que prefieren mostrar su indignación y su furia antes que tragarse su propia desdicha y ahogarse en sus propias lágrimas, explorando esa inclinación profunda y sombría del hombre hacia la Nada, esa desesperación repentina del genio que lo arrastra a abandonarlo todo y simplemente desaparecer.

Lo cierto es que los héroes que aparecen en la historia de la literatura no siempre adquieren gloria e inmortalidad por emprender viajes inciertos o por padecer toda clase de oprobios, sino también por soportar y no sucumbir a las tentaciones de la muerte, por luchar arduamente contra el pesimismo y la melancolía, que nada exterior (¿lo han comprobado?) puede remediar.

Antes de publicar la mundialmente famosa obra de teatro Esperando a Godot, Samuel Beckett escribió varias novelas, entre ellas El Innombrable, un largo monólogo que proclama la sinrazón (el absurdo) de la existencia, la nulidad del ser humano (en tanto ser que tiene esperanzas y una tremenda voluntad de vivir), y, al mismo tiempo, refleja el nihilismo de los escritores de posguerra.

El innombrable es un personaje atrabiliario y sarcástico que despotrica contra el mundo porque vivir ya no tiene sentido, porque lo poco que alcanza a percibir con sus ojos apagados de tanto haber visto se reduce a oscuridad, ignominia y desolación. ¿Acaso le entusiasma recuperar un paraíso que nunca disfrutó? ¿De qué le sirve lamentarse y torturarse a sí mismo? ¿Cuál es el fin de tanta palabrería?

Sus divagaciones inútiles, sus palabras lastimeras, sus frases corrosivas y sus balbuceos lo apartan del silencio que tanto anhela, un silencio perfecto y reconfortante que llegará cuando lo haya dicho todo, cuando haya pronunciado la última palabra… Entonces seré yo el que vomitará al fin, en sonoros reductos e inodoros de famélico, que concluirán en el coma, en un prolongado coma delicioso.

El Innombrable quiere ordenar el caos que predomina en su mente, un desorden total donde se aglutinan recuerdos trágicos, pero, al mismo tiempo, alentadores (por ejemplo, recuerda las palabras de su padre antes de morir: Aguanta bien, muchacho, es el último invierno), así como viejos sentimientos que aún no ha desterrado de su corazón: Algún papel tiene que desempeñar esta historia de permanecer donde uno se encuentra, muriendo, viviendo, naciendo, sin poder avanzar, ni retroceder, ignorando de dónde vinimos, dónde estamos, adónde vamos, y que sea posible estar en otra parte, estar de otro modo…

Los protagonistas de las obras de Beckett se hallan en un ambiente viciado por la muerte y, sin embargo, sus quejas reiteradas son esa búsqueda de una explicación a la vida (que, por cierto, jamás encuentran) porque han dejado de creer en los dioses, en el porvenir y en el hombre, ya que por más esfuerzos que éste haga, por más proyectos que tenga en mente, no puede escapar de su miseria.

Libro recomendado por Héctor Echevarría

Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain


El día que lo iba a leer”… no entendía cómo Tom Sawyer podía faltar en un libro acerca de las aventuras de quien fuera su mejor compañero. Y aunque ciertamente me habían comentado que Tom formaba parte de la historia, me advirtieron que lo hacía de manera muy breve.

Mi pronóstico entonces fue que se trataba de una mala obra, pues Huck Finn, a juicio del que aquí escribe, resultaría un personaje aburrido sin la compañía de Tom Sawyer. Después de todo, ¿quién era el de las grandes ideas sobre barcos piratas, bandas de asaltantes, tesoros escondidos y todas esas cosas? No. Definitivamente Las aventuras de Huckleberry Finn sería una mala historia sin la participación estelar de Tom Sawyer.

Mi instinto nunca me ha fallado. Y cuando digo que un libro es malo… es malo. Aunque ciertamente el muchacho Huck sorprende al principio de la obra, pues desde la primera página habla en primera persona y se dirige directamente a quien lo lee. Y eso es algo que desconcierta de forma agradable, pues se encuentra uno conversando con Huckleberry desde el comienzo de la historia.

Huck Finn es un chico noble a pesar de la desgraciada vida que lleva. Ya todos sabemos, gracias a las extraordinarias Aventuras de Tom Sawyer, que su papá era el borracho del pueblo, que “iba y venía según le daba su gana, que dormía en los quicios de las puertas, que no tenía que ir a la escuela o a la iglesia y no reconocía amo ni señor ni tenía que obedecer a nadie” (1).

En lo que atañe al libro que recomendamos, por azares de la desgracia el desamparado Huckleberry se encuentra con el negro Jim en la Isla Jackson del Río Mississippi, la cual está cerca de San Petersburgo, pueblo del que ambos escaparon. Jim había huido para evitar ser vendido por sus amos, pues era un esclavo, y Huck huyó para evitar ser civilizado por la señora Watson (dueña de Jim, por cierto) y de paso para ahorrarse los golpes de su padre.

En la isla que en otros tiempos fuera escenario de grandes aventuras protagonizadas por Tom Sawyer, Huckleberry Finn y el negro Jim deciden dirigir su huída hacía tierras donde la esclavitud ha sido abolida, por lo que navegan en una pequeña balsa sobre las aguas tranquilas del Mississippi.

Las aventuras del mejor amigo de Tom Sawyer son muy distintas a las que disfrutamos en el libro que precede a la obra que nos ocupa, pues cuando Tom estaba al mando sabíamos que en todo momento el chico estaba planeando escenas muy divertidas, en las cuales involucraba, por supuesto, a todos los personajes secundarios que lo rodeaban.

En el libro de Huck Finn el encargado de proveer las aventuras es el Río Mississippi, y en su búsqueda de la libertad, los fugitivos ya mencionados encuentran desde familias tipo Montesco matando a Capuletos, y viceversa, a fanáticos religiosos de alto riesgo. También en una de sus aventuras se unen a una compañía de teatro integrada principalmente por la realeza.

En particular hay una escena de esta historia que me conmovió hasta el llanto. Y trata sobre una anécdota que el negro Jim relata a Huckleberry, en la cual le confiesa un gran remordimiento.En resumidas cuentas, el remordimiento que perturba a Jim es por haber bofeteado en cierta ocasión a su hija de cuatro años por no haber acatado una simple orden. Jim relata a Huckleberry cómo su niña lloraba desconcertada y tirada en el suelo después de haberle sonreído tiernamente. Y narra cómo él mismo estalla en llanto al descubrir que la pequeña no obedecía porque estaba sorda, lo cual, por supuesto, el negro Jim ignoraba.

La personalidad noble y el desamparo social de Jim y Huckleberry logran por momentos la catarsis característica de los grandes clásicos, pues hay pasajes de esta historia en que la sensibilidad es guiada por rincones en los uno no puede sino romper en llanto.Una vez adentrados en la lectura de esta gran novela, escrita por Mark Twain (1835-1910) durante el último cuarto del siglo XIX, se admite sin remordimientos que personajes como Tom Sawyer debieron haber sido marginados quizá de toda la historia.

(1) Las aventuras de Tom Sawyer (1876).

Libro recomendado por Baldomero Zamora Lomelí

El último judío, de Noah Gordon

En esta obra, el escritor judío norteamericano Noah Gordon nos hace un recorrido por la España previa al Descubrimiento de América y a la expulsión de los moros y de los judíos, una vez concluida la Reconquista en el año de 1492.

Toma el autor a una familia de judíos de Toledo, la entonces capital de Castilla, que siendo el padre un excelente orfebre, y que por lo tanto realiza excelsas obras en metales preciosos, recibe el encargo de realizar un cofre relicario para colocar en él los restos de un santo recientemente encontrados.

Se van sucediendo toda una serie de acontecimientos donde los asesinatos son cosa frecuente, y de manera muy especial el autor nos hace el relato de los pesares y vicisitudes que padecieron aquellos que por tener un origen étnico diferente y, sobre todo, una práctica religiosa distinta, como los judíos, sufrieron toda una serie de vejaciones y padecimientos por aquel organismo de la Iglesia: el Tribunal de la Santa Inquisición, y que los que se sometieron a ese tribunal y aceptaron el bautizo forzoso, salvaron -momentáneamente- la vida.

Reprobable la intransigencia y el comportamiento de esa institución que pretendiendo la salvaguarda de la pureza de la práctica religiosa cristiana, cayó en un sinnúmero de excesos donde las pasiones humanas fueron en realidad las que dictaron el destino de tantos y tantas personas. Por esa execrable actuación de la autoridad “cristiana”, perdieron su vida gente de gran valía. Este sufrido pueblo, el judío, que desde tiempos inmemorables ha sido perseguido, recordemos las persecuciones de Egipto, las deportaciones a Babilonia, los “pogroms” zaristas y finalmente el “Holocausto” nazi.

La historia narrada por Gordon se traslada de Helkias Toledano a su hijo mediano Yonah -casi el único sobreviviente de esta familia-, quien se ve forzado a realizar un recorrido por aquella España rural a fin de salvar la vida, viviendo en solitario y aprendiendo diversos oficios que finalmente lo hacen un destacado médico.

En realidad es una obra de denuncia y rechazo a la discriminación, sea ésta por origen étnico o religioso, pero también al diferente en cualquiera de sus expresiones.

Libro recomendado por Javier Gutiérrez Cendejas

El Extranjero, de Albert Camus

Hoy ha muerto mamá…” es la primera frase con la que se encuentra el lector al comenzar a leer El Extranjero, la novela escrita por Albert Camus publicada en el año de 1942, casi simultáneamente a su ensayo El Mito de Sísifo.


El Extranjero cuenta la historia de un hombre, Mersault, un argelino que nos presenta su vida sin rebeldía ni esperanza, el cual es condenado, debido a su forma de actuar, callado ante las indicaciones que se le dan a lo largo de su vida quienes tratan de ayudarlo (su novia, amigos, vecinos y compañeros de trabajo). Sólo gusta de decir lo poco que en su opinión llega a tener sentido.

Mersault es un ser indiferente hacia la vida, prisionero de este mundo, un ser caído en el mundo (al modo heideggeriano) y será condenado por el sol, importante en todos los actos de interés en la novela. Esta indiferencia nos da un reflejo de lo que en todos y cada uno de los individuos llega a pasar a lo largo de la existencia.

En la cotidianidad se forman hábitos, la vida se queda en la rutina: “Despertar, tranvía, cuatro horas de oficina o de fábrica, comida, tranvía, cuatro horas de trabajo, cena, sueño, y lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, y sábado al mismo ritmo, es una ruta fácil de seguir la mayoría del tiempo”.

Esto le pasa a Mersault, al cual solamente la perspectiva y la noticia de su muerte parecen darle felicidad. El porqué nunca es tomado en cuenta. La historia va de la muerte de su madre al encuentro con su ex novia; de una plática con el vecino a la muerte de un árabe; de la sonrisa de su mujer a la idea de su misma muerte y de su soledad a la pelea con un cura.

Camus realiza en esta novela la representación del hombre enajenado y perdido en el mundo sin esperanza, pero que, sin duda, hace mantener al lector en la fascinación de su obra.

La narrativa, ensayo, teatro y periodismo invitan al lector a indagar en las obras y filosofía de Albert Camus. Los diversos ensayos como sus novelas y obras de teatro son, a su vez, complementarios unos de otros.

Los temas del absurdo, del suicidio, de la rebeldía, del exilio, tanto como los valores morales, son tratados y representados por cada uno de los personajes en las diferentes obras, siempre dando al lector y al individuo que sigue su forma de pensar los diversos caminos que se nos presentan a lo largo de la vida, nunca encasillándose en un solo camino, o en una sola perspectiva; es al parecer lo que hace interesante adentrarse al pensamiento de uno de los ganadores del Premio Nobel de literatura.

Su muerte prematura, igual de absurda que la muerte de Mersault, apenas a los 47 años en un accidente automovilístico, nos deja con cuestiones aún relevantes para las ideas actuales en la filosofía y en la vida cotidiana. Es, sin embargo, uno de los autores que invitan a plantearnos el “porqué” y a pensar en el absurdo de la vida y del mundo.

Tras otro momento de silencio murmuró que yo era extraño, que sin duda me amaba por eso mismo, pero que quizá un día le repugnaría por las mismas razones…


Libro recomendado por Rusby Daniel Acuña